El escritor leonés, Premio Cervantes 2023, regresa a las librerías con ‘El vigía de las esquinas’, una divertida farsa con reflejos del mundo que nos rodea
Luis Mateo Díez: "leer es un elemento total de resistencia"
El escritor leonés, Premio Cervantes 2023, regresa a las librerías con ‘El vigía de las esquinas’, una divertida farsa con reflejos del mundo que nos rodea
La habitual lucidez de Luis Mateo Díez brilla con especial fulgor en su nueva novela. 'El vigía de las esquinas' (Galaxia Gutenberg, 23 euros) presenta un mundo que se desmorona, donde las casas se derrumban entre una "niebla ensimismada", mientras los gobernantes abandonan "a su suerte" a los ciudadanos, con su "innata incapacidad para hacer del bien común el uso comunitario". De la mano de Ciro Caviedo, un gacetillero "un poco sabandija" que contempla impávido la devastación que le rodea, el Premio Cervantes 2023 presenta un "gatuperio" de situaciones que nos resultan demasiado cercanas en el caótico mundo que hoy vivimos. Con esos mimbres y su inmenso talento, da forma a una novela donde farsa y fábula se entremezclan en un relato tan deslumbrante y divertido como pesaroso. "No quiero trasladar una idea de pesimismo, pero la edad me hace ser un poco más severo", desliza en esta entrevista con Ical.
P - ¿Después de tantos años explorándolas, vivimos hoy, más que nunca, en ciudades de sombra?
R - Probablemente. Lo que está claro es que la actualidad, lo que está pasando en el mundo en general y lo que tenemos más cercano en particular, de pronto se ha colado en estas ciudades. Hay alguna fisura o alguna rendija por la cual esto ha entrado en una de esas ciudades intemporales y un poco fantasmagóricas, donde no hay un tiempo medible. Eso es lo que ha dado pie a esta farsa, que seguro que está llena de sugerencias más inminentes o más cercanas a lo que estamos viviendo en estos tiempos.
P - ¿Qué le permite el tono de farsa que tan bien maneja, y que en este libro lleva un poco al límite?
R - Yo vengo de un cierto punto expresionista, que me ha dado siempre la peculiaridad de ver y contar las cosas de una manera particular, con cierta contaminación también surrealista. Esto ha dado más vuelo a lo que voy haciendo y deriva en una cierta literatura del absurdo, con lo cual el camino de la farsa o de la fábula un tanto estrambótica se me ajusta bien. Es algo que ya estaba presente en mis comienzos también. Desde aquellas 'Estaciones provinciales' hasta ahora, tantísimas novelas después, seguro que se puede apreciar ese destino de una manera de escribir y de hacer novela.
P - ¿Cómo está recibiendo las comparaciones de esta novela con Valle-Inclán?
R - Bien, porque para mí Valle-Inclán siempre fue un punto de referencia. En la lejanía juvenil, casi adolescente, siempre me impresionó mucho. Después de la tradición cervantina, del Siglo de Oro, de nuestros clásicos y de referentes europeos que tanto me interesaban, en Valle abunda este tipo de farsa explícita y toda una teoría de lo que es el esperpento, con esa visión de espejos deformantes que tiene puntos también en común con estéticas del expresionismo y del dadaísmo. Cuando ahora me dicen que esta puede ser mi novela donde más se notan lejanas influencias de Valle me complace, porque las aceptó totalmente.
P - El protagonista es Ciro Caviedo, un periodista. Pocas veces ha estado tan denostada esa profesión como a día de hoy. ¿Por qué decidió darle voz a alguien del gremio?
R - Profeso un absoluto respeto a esa profesión, esa idea del periodista comprometido que da la noticia y contribuye a controlar el poder y a saber orientar un poco el mundo en el que vivimos. Esa es la teoría, pero luego la práctica está muy deteriorada, porque vivimos un mundo muy degradado. En este caso, esta actualidad un poco exagerada en la que vivimos se lleva por delante a los propios periodistas, que no son capaces ni de controlarla, todo eso invade esta fábula de 'El vigía de las esquinas', que es una fábula sobre el desorden, casi universal, que nos ha caído encima a estas alturas del siglo XXI, donde ya debiéramos tener más razonables formas de convivencia, una democracia más respetada y tantas otras cosas… Ciro Caviedo es un periodista que se mueve por ahí, y su mirada, su vigilancia, me pareció que era el mejor foco para iluminar ese mundo. Es un personaje trascendental, porque la novela es lo que él ve y lo que él cuenta de forma un tanto desaforada. Al final él mismo es víctima de todo lo que vive y cuenta, y todo termina con un cierto punto melancólico y pesimista, el de alguien que cree que todo aquello es una farsa penosa o poco grata.
P - Quizá el personaje le permita subrayar que siempre es necesario que alguien vigile en un mundo tan loco como el actual.
R - Claro, el periodismo siempre había sido fundamental para que la sociedad pudiera tener razonables espejos donde mirarse y espejos de denuncia. Pero como decía antes todo esto ahora está envuelto en un maremágnum de degradación y también de uso trucado y engañoso de los lenguajes por parte del poder. La novela la verdad es que está construida mucho desde el lenguaje.

P - Sobre eso quiero profundizar más adelante, pero también se valía de un periodista como narrador en 'Las estaciones provinciales', su primera novela. ¿Cómo dialogan aquel Marcos Parra y este Ciro Caviedo, tantos años después?
R - (Sonríe) Aquella novela también estaba muy construida en torno a la lengua, sobre cómo se hablaba, los modismos, el mundo verbal, coloquial… Marcos Parra era otro periodista un poco sabandija, en ese caso en aquel mundo de los años 50, pero yo creo que él tenía un mayor grado de inocencia y de lucidez inocente para vivir en aquel tiempo, que sí remitía a una especie de España de los 50 durante el franquismo, en una ciudad de provincias. 'Las estaciones provinciales' tenía una tonalidad de realismo, pero muy ajena a lo costumbrista, que estaba muy salpicada de ironía y de humor. Era una novela más testimonial, más de contar un mundo y una realidad que estaban más aparentes. Aquí la trasposición que hay en 'El vigía de las esquinas' se produce en otra dimensión más metafórica. Alguien me ha dicho que parece una novela sobre el desorden universal que estamos viviendo. Bueno, no sé.
P - Como apuntaba antes, uno de los ejes capitales de la novela es que gira en torno al uso y el abuso del lenguaje. Como académico y Premio Cervantes, ¿qué le parecen estos tiempos de la neolengua que ya anticipó Orwell en '1984', las 'fake news' y el relato (sobre todo político) que prevalecen por encima de todo?
R - Esta teoría del relato, que no deja de ser un modismo un tanto extraño, es una manera de formular cosas que parece que avalan un uso interesado. Para el poder, en general, el lenguaje es muy importante. Orwell lo vio y hay estudios exhaustivos de lo que supone el lenguaje en las dictaduras. Yo creo que la novela sí recoge que hay muchos usos del poder para estratificar cosas, lanzar mensajes, coartar la imaginación, venderle el producto de las falsedades a los periodistas y a todos los que andamos por la vida hechos unos zorros. En eso la novela es bastante inquietante o perturbadora, porque recoge toda esta jerga que recibimos y padecemos desde el poder, incrustada ya en los usos sociales, donde los poderosos siempre repiten las mismas cosas y usan términos para estratificar comportamientos, en el baile de desentendimiento absoluto en el que las autoridades se mueven, ajenas a los padecimientos que se ven en la historia. En ese mundo degradado, donde han huido los gobernantes, la ciudad ya no tiene ni recogida de basuras, los edificios se caen o se derraman, surgen formas sustitutivas, populismos estrambóticos y sectas, como cofradías de Semana Santa que toman el poder de las creencias... Todo ello conforma un gatuperio que hace que la novela sea muy divertida y muy penosa.
P - Entre otras cosas, habla del aniquilamiento de la convivencia y la democracia. ¿Cree que hay vuelta atrás en esa realidad?
R - La novela probablemente es un producto de esto. En las ciudades de sombra, yo andaba en entelequias más fantasmagóricas, hablando de personajes que daban la conciencia o la medida de lo que para mí es la condición humana en el sentido más tierno y amargo. Entonces, en este desorden claro hay una degradación, pero es que solo hace falta salir a la calle y vivir el mundo. Hay un señor que llama Trump, pero esto es extensible a un mundo degradado. En este mundo tan desarrollado en el que vivimos, nos rodean miles de aplicaciones tecnológicas que alivian hasta donde pueden la supervivencia, pero vemos que la convivencia y la democracia se degradan. ¿Expectativas? Mira, yo tengo 83 años y me queda poco por ver. (Ríe) Tenemos conciencia de que vivimos en una sociedad un poco ajena, un poco dejada. Hay problemas a veces muy acuciantes que reciben respuestas tan lamentables desde arriba que despiertan nuestra indignación. Yo creo que de eso depende todo. No quiero trasladar una idea de pesimismo, pero la edad me hace ser un poco más severo.
P - El día de la presentación de la novela en Madrid, subrayó que "escribir es un acto de resistencia". ¿Leer en un mundo sobresaturado de imágenes como el actual también lo es?
R - Sin duda. Yo creo que, de manera más radical, leer es un elemento total de resistencia porque ahí es donde está el patrimonio de la imaginación del que todos somos dueños. Y la imaginación es un elemento, diríamos, no ya de resistencia, sino tal vez hasta de combate. No nos pueden robar la imaginación. Y este mundo extraño en el que vivimos, tan penoso en tantas cosas, el poder neutraliza la imaginación. El poder no quiere como elemento crucial gobernar, sino tenerte gobernado. Controlado. En un mundo además donde tenemos una revolución de tecnologías verdaderamente extraordinaria, el control se dispara, y eso hace muy unilaterales las formas de comunicación. Si, por ejemplo, tú solo ves un único canal de televisión o lees un solo periódico, estás absolutamente limitado y eres perfectamente deudor de una manera avasalladora de entender la vida, las cosas y la realidad político-social. Estás absolutamente moldeado. Sin la idea de poder sobrevivir con algún tipo de conciencia vivificadora y de mantenimiento de los valores y del sentido común, estás perdido.
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