Acongoja esta cinta sobre la valentía de denunciar. Un viaje doloroso -y necesario- para reflexionar sobre si el reproche social vuelca la vergüenza y la culpa en los verdugos... o en las víctimas
No puedo estar más de acuerdo con el presidente saliente de México: "Es hora de que en España se cambie la forma en la que se enseña Historia a las nuevas generaciones". En efecto, tenemos mucho que mejorar en este sentido. Por ejemplo, en todo eso del genocidio que con tanto éxito nos han atribuido esos anglosajones que conquistaron las tierras de los comanches y los apaches pero sin exterminarlos. Por eso hay hoy tantos descendientes de Toro Sentado en Massachusetts.
Y tal vez en México también deberían darle una vuelta a lo de cómo enseñar Historia, aunque esto no lo dice AMLO. En todo caso no deja de ser curioso que un señor que se llama López Obrador y una tal señora Sheinbaum, apellidos de rancia tradición maya y azteca, exijan a los españoles que pidan perdón por haber eliminado a los pueblos indígenas y por conquistar su país. El exterminio que llevó a cabo Cortés es tan evidente que no hay más que darse una vuelta por allá para comprobar que no queda ni rastro del pueblo indígena y que la única mestiza india de América es Kamala Harris.
Obrador defiende a los indígenas con tanto fervor como Sánchez sus neuras en la ONU. Dice el presidente ante la asamblea de todas las naciones del mundo que él "practica y se conduce desde una máxima fundamental que es el valor de la coherencia". Y se queda tan ancho. Sánchez es tan coherente que cierra la embajada de España en Buenos Aires porque Milei llama corrupta a su "pichona", pero se limita a quedarse en casa cuando el presidente de México llama prepotente y arrogante al Rey y asesinos genocidas a todos los españoles.
Lo que sí hay que agradecerle a Sánchez, además de su coherencia y de que le haya explicado al mundo lo fácil que es resolver el conflicto de Oriente Medio, es que sea tan sincero y que no se le caigan los anillos por irse a Nueva York a hacer autocrítica. Yo al menos he tomado como tal sus palabras: "La democracia libra una batalla por su supervivencia, y seamos claros, no puede hacerlo con una mano atada a la espalda. La democracia se enfrenta a gente sin escrúpulos, activistas de la mentira, de los bulos, del odio, dispuestos a partir en dos sociedades para imponer su agenda". Que no está nada mal dicho por quien basó su discurso de investidura en la construcción de un muro frente al partido más votado en las elecciones.
Y digo que esto parece una autocrítica porque a eso suenan estas palabras en boca de quien las pronuncia. Pero creo, pensándolo bien, que igual no era esa su intención. Sino más bien la de aprovechar tan relevante tribuna para justificar ese plan de regeneración democrática con el que decidió, el día que imputaron a su Begoña, controlar a medios de comunicación y jueces.
Sobre todo, a esos que se empeñan en llamarle a declarar y en dejar en evidencia que ese deseo de colaborar con la justicia tampoco es tan irrefrenable en nuestro presidente. Además de demostrarnos que, en solo dos minutos, también es capaz de mentir. Y negar que conoce a Barrabés, ese empresario al que calificaba de ejemplar y con el que él y su señora se reunían desde 2015 cuando iban a esquiar a Cerler.
El vídeo de Sánchez declarando ante Peinado en La Moncloa no aporta nada, dicen los voceros socialistas, que saben mejor que nadie eso de que una imagen vale más que mil palabras. Y sólo sirve para confirmar que lo del juez de instrucción es "blanco y en botella", una expresión que ha hecho furor esta semana entre los ministros de la Orquesta Borregón, desde el reprobado Óscar Puente, que ha conducido a Renfe a la edad dorada del trasporte ferroviario, a la portavoz Alegría, pasando por Bolaños, que tanto se felicitaba en su día por esa impecable ley de amnistía que le ha salido rana.
Le recordó Peinado que podía callar aquello que perjudique a su mujer, pero que nada le impedía decir cualquier cosa que pudiese favorecerla. Y al parecer Sánchez no encontró algo que aportar en ese sentido. El artículo 416, al que se acogió el presidente, dice que los parientes de un investigado, entre otros, "su cónyuge o persona unida por relación de hecho análoga a la matrimonial, no tiene obligación de declarar en contra del afectado", pero puede hacer las manifestaciones que considere oportunas, y por lo tanto aportar argumentos en su descargo.
Y esto quizá sea relevante. No sólo para esos convencidos de la irreprochable conducta de Begoña. Sino también para el juez, que en la providencia que dictó después de la comparecencia explicaba que "la interpretación procesal que se pueda realizar a la conducta que por cualquiera de los intervinientes pongan de manifiesto, bien por lo que contesten o bien por su silencio, legítimo, pero que permite dar lugar a la formación de inferencias".
Hay que recordar que la declaración de Sánchez tenía que prestarla en vinculación con "un delito de tráfico de influencias en cadena". Y para cometer este delito es necesario que exista una autoridad sobre la que influir, en este caso, llámenme loco, bien podría ser él mismo. Y tanto su silencio como el hecho de negar la evidencia de que conocía y tenía relación previa con Barrabés, pueden ser interpretados como sinónimo de culpa. "Blanco y en botella".
Hay silencios que valen más que veinte minutos de peroratas en la ONU sobre la defensa de la democracia, la lucha por la transparencia y la cruzada contra el fango y los bulos. ¿Si lo de Begoña es tan inmaculado, si realmente era sólo su talento empresarial el que hacía caer rendidos a sus pies a rectores y empresarios, por qué no aprovechó Sánchez la oportunidad de desmentir todas las infamias que se vierten en los pseudo medios contra ella?
Debe ser que a veces, hasta para Sánchez, capaz de defender la amnistía, la financiación singular de Cataluña como sinónimo de la igualdad entre los españoles o la negociación en Suiza de la senda de gasto y de los presupuestos generales del Estado con un delincuente prófugo, resulta imposible defender lo indefendible. Y explicarle al juez lo irreprochable de la ascensión meteórica de su mujer a la gloria académica y al triunfo empresarial hubiera sido la leche.