OCIOZINE

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Por Raquel W. Polo

Gerardo Sánchez, director de Días de Cine


Hace unos días tuve la suerte de charlar con Gerardo Sánchez, director de Días de Cine y autor de Memorias de un cinéfilo sarnoso. La razón es que va a venir a Ávila, la ciudad en la que dicen que nunca pasa nada, para entregar el I Premio del Público del Cineclub Bulevar, que este año ha recaído en Sirat, película que además representará a España en los Óscar junto a Romería y Sorda. El público abulense tiene buen ojo.

Gerardo Sánchez lleva dieciséis años dirigiendo el mítiquisimo programa Días de Cine, que este año cumple treinta y cuatro en antena. Aunque muchos lo consideramos una eminencia, él prefiere definirse como una persona normal de barrio, un apasionado del cine que pasó su juventud metido en esos cines de programa doble, que ha tenido la suerte de convertir su pasión en oficio y que tiene en sus manos un juguete divertidísimo que le permite trabajar en lo que más le gusta. Sólo hay que hacer un breve recorrido por su perfil de LinkedIn para descubrir, efectivamente, cuánto ama su trabajo.

Ya conocéis mi obsesión por la era de reboots y remakes en la que vivimos, y no podía dejar la oportunidad de preguntarle su opinión acerca de ello. Gerardo cree que los nostálgicos de la Generación X no somos los culpables (uf, qué peso me quita de encima), que eso ha pasado siempre y que los estudios repiten fórmulas porque buscan lo seguro. La diferencia es que ahora lo llamamos con palabros en inglés y lo difundimos en redes con un hashtag. Eso sí, él tiene claro que muchas de las actuales superproducciones carísimas, que, cada vez con más frecuencia, se hunden en taquilla, no habrían pasado en aquel entonces de ser películas de serie B.

Sobre la nostalgia ochentera, lo que tiene claro es que es un recurso legítimo (aún nos encantan Los Goonies y el primer Spielberg), siempre que se combine con ideas nuevas, porque lo importante sigue siendo contar buenas historias.

En cuanto a qué ha cambiado más, el cine que se hace hoy o la forma en que lo recibe el espectador, reconoce que hay cambios profundos tanto en la distribución como en la recepción del cine. Recuerda que Tiburón (1975) inauguró la estrategia del estreno masivo que aún sigue vigente. Sin embargo, hoy muchas localidades ya no tienen cines y muchas más aún no tienen opción de ver las películas en VO y las plataformas han ocupado ese espacio. ¿Dejó la gente de ir a los cines y por eso desaparecieron o desaparecieron los cines y por eso la gente dejó de ir?

Aunque defiende la experiencia colectiva de la sala, admite que consume mucho cine en casa. La diferencia está, precisamente, en esa colectividad: en una sala las risas son más risas y los llantos más intensos. Siempre que haya educación, claro. El verdadero problema de los cines está en la falta de respeto de algunos espectadores con móviles, ruidos y conversaciones. La sala oscura se pensó para una intimidad compartida, no para aguantar a personas con mala educación. Por eso disfruta más aún de su tele de 75 pulgadas, que ve en el sofá arropado, no por la mantita de rigor, sino por alguno de sus gatos.

Su libro Memorias de un cinéfilo sarnoso, publicado justo ahora hace un año, recoge anécdotas y reflexiones sobre su vida como espectador. Explica que el título es, a medias, un guiño a Groucho Marx (cuyas memorias se llamaban, precisamente, Memorias de un amante sarnoso) y su profundo y absoluto rechazo al pedantismo. Para él, un cinéfilo sarnoso es ese ser petulante que presume de ver películas rarísimas en idiomas imposibles y, por supuesto, sin subtítulos.  Eso es justo lo que él no quiere ser; a él le gusta hablar de cine de forma accesible, divertida y cercana.

Aunque dirige Días de Cine, Gerardo ve muchísimas series, porque está suscrito a todas las plataformas, aunque, claramente, todas las que ve tienen un toque cinematográfico. No en vano, muchos de los nombres más claramente cinematográficos se han pasado, aunque sea testimonialmente, a la televisión. Últimamente ha disfrutado con Shetland, Mobland, The Morning Show y la serie Blossoms Shanghai de Wong Kar-Wai, que le ha fascinado, aunque confiesa que tuvo que ver un par de episodios en versión doblada, porque la versión original subtitulada era excesiva para seguir bien el argumento. Prueba de su falta de pedantismo, dicho sea de paso.

Una curiosidad: nació el mismo día que se estrenaron Los Picapiedra en Estados Unidos, toda una premonición de que su vida estaría marcada por la televisión y el cine.